Urban Dream, el sueño de Charleroi
Marchiennes-au-Pont. La Iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia. Afueras de Charleroi.
Una vez más, la sensación de estar en un lugar parado en el tiempo, en un barrio que a duras penas logra recomponerse de años de crisis económica, de decadencia industrial.
Es como viajar atrás en el tiempo, a los lánguidos años 80 del siglo pasado en el que los recuerdos, mis recuerdos, se tiñen de marrones apagados, de los grises tristes de un país, el mío, España, que empezaba a asomarse a Europa después de cuarenta años de dictadura, aun acuciado por las penurias dinerarias, y de paisajes de calles mal asfaltadas, caminos terrizos y polvorientos y fábricas en las afueras.
La confusión mental que produce pasear por los barrios exteriores de Charleroi se dio cita en la plaza Alberto I de Marchiennes-au-Pont, punto de partida de un sendero de casi 4 kms. de longitud que había de conducirnos por los sueños de futuro de esta ciudad.
El comienzo del sendero en Marchiennes-au-Pont
No empezaba bien el paseo. Quizás fuera la hora, poco más allá de las 4 de la tarde, cuando el cuerpo lo que pide es descansar despúes de la comida. Quizás fuera la amarga sensación que produce pasear entre calles apagadas y sin color, o puede que incluso el hecho de que los comienzos del sendero no lucieran en todo su esplendor.
El cansancio, me dije. «Cierra un momento los ojos; olvídate. Cualquier lugar tiene un encanto propio. Solo hay que saber buscarlo. Búscalo». A fin de cuentas, es éste un barrio humilde, una zona históricamente relacionada con las muchas fábricas que dieron vida a Charleroi durante la Revolución Industrial y los principios del siglo XX, un barrio de trabajadores.
Hay en la plaza de Alberto I, frente a Notre Dame de Miséricorde, una pequeña bajada al Quai de Sambre, el comienzo de un sendero que circula junto al canal Charleroi-Bruselas y que lleva, en dirección a la ciudad, desde este humilde barrio hasta la misma estación de trenes de Charleroi-Sud.
No es fácil introducirse en el espíritu del lugar. No todos pueden ser capaces de comprender el atractivo del lugar. Los colores turbios, los olores a hierro fundido, los sonidos confundidos de las fábricas de fondo te obligan a bajar a la realidad del lugar y de sus origenes, pero bastan apenas unos cientos de metros para comprender el por qué de aquel recorrido, el camino simbólico que pretende llevar a Charleroi a despertar de su nostálgico letargo industrial para transformarse en una ciudad atractiva, diferente y alternativa.
Por momentos, en aquel perdido camino parecen luchar la vida y la muerte, el negro y el blanco, la luz y la oscuridad. Los dos cisnes casi fantasmales aparecidos de entre las más que turbias aguas del Sambre, dejando a sus espaldas las tenebrosas figuras de chimeneas, murallas y grúas oxidadas por el tiempo, o las pequeñas flores amarillas que se abren paso a la vida entre ortigas marchitas, son el reflejo perfecto del contraste que allí se vive. Todo el pasado industrial de la ciudad está concentrado aquí, a lo largo de los 4 kilómetros que bordean el Sambre, donde más de un siglo atrás se alzaran estas enormes fábricas.
Contrastes
Urban Dream: donde comienzan los sueños
A esos escasos centenares de metros del comienzo del camino, Charleroi empieza a bramar por su salvación. Los sucios colores fabriles y oxidados quieren dejar paso a la luz y el color. El pasado queda a un lado de la ribera del Sambre en forma de viejos mastodontes reflejos del siglo pasado, mientras al otro lado se muestra la fuerza, la energía, la vitalidad de la juventud expresada en colores, en creatividad, en ilusión, pero también en gritos gráficos desgarrados pidiendo transformar el mundo; en sueños urbanos que buscan pintar de rojos y verdes eléctricos el paisaje terrizo que dibuja aquel horizonte industrial.
Los graffitis pintados en muros y vallas forman una alianza perfecta, pero sus dibujos son casi perfectos y cumplen con la misión de hacer olvidar lo que se puede ver justo al otro lado.
Durante casi cuatro kilómetros, aquel espíritu nostálgico se apaga para dejar paso a la esperanza. Por un Charleroi mejor y más seguro.
Aún queda trabajo, no hay duda. Aún incluso, ese sendero, lejos aún de parecer seguro, tiene mucho por conseguir. Seguridad, limpieza, incluso cuidados. Y aún así, es una visita única en Charleroi.
Única por lo singular. Única por lo diferente. Única por lo representativo de sus sueños.
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