Krakelingen y Tonnekensbrand, fiestas del pan y vino

krakelingen en Geraardsbergen

Sitiada Geraardsbergen por las tropas del Conde de Flandes comandadas por Walter de Edingen, su población se vio amenazada por el hambre y las enfermedades. Era el año 1381 y los recursos comenzaban ya a escasear. Urgía una solución antes que entregar la ciudad amurallada, de modo que buscaron el modo de hacer llegar alimentos al interior. La muralla, a la vez que defensora, se levantaba también como obstáculo para las fatigas de sus habitantes y pronto se dieron cuenta de la dificultad de la tarea.

Una última esperanza prendió en sus gobernantes y alguien sugirió una estratagema atrevida a la par que desesperada: en lugar de recibir más alimentos, lanzarían fuera el poco que le quedaba. Harían creer así a los asediantes que, lejos de estar a punto de morir por el hambre, la ciudad nadaba en la abundancia y podrían aguantar el tiempo que fuera necesario. Y así, por encima de las murallas, se lanzaron sobre las tropas flamencas los últimos restos de pan y arenques, por aquel entonces símbolos de la abundancia de una ciudad.

Nadie puede saber que éste fuera realmente el origen de unas fiestas que se vienen celebrando puntualmente cada año desde el siglo XIX, como nadie puede aseverar que la historia sea cierta. Lo único que realmente fue cierto es que, finalmente, la ciudad cayó ante el asedio de las tropas de Walter de Edingen y que Geraardsbergen fue saqueada y destruida en aquel año de 1381.

¿Qué son las fiestas de Krakelingen y Tonnekensbrand?

Leyenda o no, las fiestas de Krakelingen y Tonnekensbrand son, hoy día, una tradición muy conocida en la región. Tanto que incluso figura, desde 2010, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de Bélgica en la Unesco.

Estas fiestas conmemoran aquellas fechas pero al mismo tiempo sirven como celebración del final del invierno a fines de febrero, el penúltimo domingo antes del primer lunes de marzo, justo una semana antes de las fiestas principales de la ciudad, que se llevan a cabo en la primera semana de marzo.

El día en que comienzan las fiestas, que este año será el 26 de febrero, los escaparates de las tiendas amanecen con unas típicas rosquillas de pan horneado con diferentes formas, conocidos como Krakelingen, mientras en las escuelas es costumbre que a los más pequeños se les cuente la historia o leyenda que dio comienzo a los rituales que se celebran en un día tan especial.

Tras las clases, a las 3 de la tarde, comienza el desfile procesional desde la iglesia románica de Hunnegem, encabezado por el deán de la iglesia de la ciudad y los concejales y gobernantes del ayuntamiento. Tras ellos, cientos de voluntarios completan una comitiva que porta pan, vino, pescado y antorchas, símbolos todos precristianos y muy arraigados después en las creencias cristianas, y todos ellos vestidos con trajes que simbolizan todos y cada uno de los siglos de Historia de la ciudad, de modo que se pueden ver desde trajes celtas a ropas medievales representativos de la fatídica batalla que acabó con el asedio de la ciudad.

La comitiva sube a la cercana colina de Oudenberg, donde les espera con las puertas abiertas, la capilla de Santa María. Allí el deán bendice los panes (krakelingen) y recita una oración. Tras ello, tanto él como los gobernantes, beben vino de un cáliz de más de 400 años de antigüedad en el que previamente se ha sumergido un pequeño pez vivo y es entonces, cuando en el exterior de la capilla, donde aguarda toda la muchedumbre que ha querido asistir a la ceremonia, lanzan los 10.000 panes al aire para que los recojan y los coman, uno de los cuales tiene un sorprendente premio: una papeleta que da derecho a un krakelingen de oro que cada año diseña un orfebre local.

Tonnekensbrand en Geraardsbergen

Siguen horas de festejos hasta que al caer la noche, justo a las 8 en punto, en lo alto de la colina, se le prende fuego a un tonel de paja (el Tonnekensbrand) con el que ahuyentan al invierno y dan la bienvenida a la primavera. En la lejanía, los pueblos y ciudades cercanos, encienden entonces sus toneles, creando así una fantasía de llamas en las colinas circundantes.

Los espectadores reciben una antorcha y todos juntos descienden la colina para así poder llevar la luz a la ciudad.

Se trata de una fiesta tradicional, profundamente ritual y cargada de simbolismos que, además, cada año cuenta con un tema principal que representa algún evento histórico importante para el pasado de la ciudad, como la artesanía local medieval o las misiones a Latinoamérica, eventos escogidos en los últimos años. Todo ello confiere a las fiestas de los Krokelingen y Tonnekensbrand una señal de identidad única a sus habitantes, capaz por sí sola de unir a todo un pueblo en torno a una tradición cuasi ancestral, valores éstos en los que se ha basado la Unesco para incluirlas en la mencionada lista de Patrimonios Culturales Inmateriales de Bélgica.

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Fotos de Jan Coppens

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