Tú sí que eres un bombón

Calle Dijvers, en Brujas

Domingo, 10 de la mañana. Brujas se despereza entre leves cantos de pájaros, sus calles aún húmedas por la lluvia nocturna, sus canales aún tersos, ajenos al movimiento que en breve les esperará cuando barcas llenas de turistas naveguen para admirar de cerca su belleza. Amanece lentamente, al ritmo nostálgico de la ciudad, y el rincón más bonito de Brujas, el que desemboca desde la Huidenvettersplein hasta el canal Dijvers, empieza a llenarse de famélicos turistas dispuestos a devorar el desayuno y comenzar su ruta turística.

Se desperezan tiendas y tenderos, se acicalan los escaparates, y en la calle, en una porción de terreno cubierta apenas de tierra plomiza y granulada, se comienzan a levantar pequeños puestos de regalos, de chocolates, de cervezas y dulces. Siento humedecer la garganta. Comienzo a notar como el vaho que se forma de mi aliento frío se transforma en un arco iris de lo que creo son sabores, aún sin haberlos probado, pero estimulados por mi mente febril. Y decidido, encamino mis pasos hacia el primero de los jóvenes belgas que esperan hacer su particular agosto.

Goffres en Belgica

Goffres y más goffres

Es aún temprano, y aunque me cueste, he de resistirme a no empezar ya a probar cervezas, de las cientos y cientos de marcas que tiene registradas Bélgica.

Los aromas que empiezan a invadir la ribera del canal me empujan hacia un pequeño puesto de goffres adornados con chocolate, o con nata, o con fresas naturales. Mi primera tentación. Y, como un Adán cualquiera, en ella caigo. Maldita serpiente libidinosa que en forma de dulce me ha hecho caer.

Comprando goffres

Comprando goffres

Pero ya pecado, pequemos bien. Junto al lujurioso puesto, los bombones, en decenas de formas y colores, se extienden ante mis ojos. Reyes, que digo reyes, magos del chocolate, los belgas son únicos para encontrar el toque justo y necesario para transportarnos a un mundo inexistente de glorias continuas a través de su arte culinario. El chocolate con leche, las nueces, las almendras o los bombones trufados no son, para ellos, sino reliquias del pasado, acostumbrados como están a experimentar con nuevos sabores. Y como conejillo de indias, quiero ofrecerme voluntario a probar éste, aquél y el de más allá.

Es curioso. El lugar repleto de turistas que como yo acuden como abejas a la miel y, sin embargo, me encuentro solo y absorto intentando decidir por cuál empezar… Como si nadie más quisiera comprar y disfrutar.

Chocolate belga

Chocolate con las formas más insospechadas

Los más de trescientos maestros chocolateros con los que cuenta oficialmente el país belga han trabajado para este instante. Los más de cien años que han pasado desde que Jean Neuhaus creara el primer bombón de la historia han desembocado en el aquí y ahora. La mayoría los hacen en las chocolaterías de la ciudad, pero también se ven de Amberes, y de Malinas (chocolate blanco con Hopsijnoor, chocolate negro con Brosolli, y chocolate con leche con Gouden Carolus), de Lovaina las ricas trufas con cerveza…

Y al fin, lo encuentro. El trofeo. El cáliz de plata. La manzana roja y resplandeciente. La fruta prohibida. Es de Bruselas, chocolate con cerveza trapense, mi favorita.

Ay, mi alma… tú sí que eres un bombón…

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